jueves, 1 de septiembre de 2011

Teatro editado,EDIPO REY.

Edipo Rey

Parte 1

En el fondo,  el frontis del gran palacio de los reyes de Tebas; en rededor esta postrada una numerosa multitud de suplicantes, vestidos de luto. Solo un venerable anciano está de pie y en actitud suplicante. Aparece Edipo vestido con regia galas y se acerca. Comienza el prólogo.

·  Edipo: hijos míos ¿qué significa esta postración humilde, mientras que la ciudad está llena de timiamas? No me parece bien y yo mismo he querido venir a preguntarles. Dímelo tú, anciano ¿qué es lo os tiene postrados ahí? Yo iré en vuestra ayuda.
·  Sacerdote: ¡oh rey de nuestra tierra, Edipo! La ciudad como tú lo estás, padece horrible tormenta; una peste asoladora va dejando vacía la mansión de Cadmo. Ni yo ni estos tus hijos queremos igualarte con los dioses,  pero tú nos libraste una vez de la implacable esfinge; ahora acudimos a ti buscando algún remedio.
·  Edipo: hijos míos desdichados, yo sufro tanto como ustedes. Y un solo remedio he hallado: he enviado a mí cuñado Creonte, al templo de pitico de febo, para preguntar que podría hacer yo para salva a la ciudad.
·  Sacerdote: ¡coincidencia singular! Creonte llega ya a nosotros

Entra Creonte por el lado izquierdo, con una corona de laureles, en señal de buenas noticias.
·  Creonte: os anuncio que pesares tan duros, si logran tener salida
·  Edipo: ¿Cuál fue el oráculo?
·  Creonte: si en presencia de estos quiere oírlo, hablare.
·  Edipo: habla a todos
·  Creonte: Manda febo, que desterremos la peste de nuestra patria
·  Edipo: ¿Qué clase de mal es?
·  Creonte: Fue Layo soberano nuestro,  murió asesinado y ahora manda el dios que alguien castigue su muerte.
·  Edipo: ¿Dónde murió Layo? ¿No lo vio alguien?
·  Creonte: no, todos murieron, menos uno que no supo darnos razón, pero dijo que fueron asaltados y nadie se levantó a vengarle en aquella calamidad.
·  Edipo: que calamidad es esa.
·  Creonte: aquella enigmática esfinge
·  Edipo: pues otra vez voy a ser yo quien atine con toda la verdad. Vosotros levantaos de las gradas, yo hare cuanto sea posible.

Se retiran ordenadamente, luego de un tiempo se reúne el pueblo, el coro y toda la comitiva.
·  Coro: ¡oh voz de Zeus! Aterrado estoy, por eso a ti te invoco ante todo, hija de Zeus, inmortal Atenea, y a tu hermana, la protectora de esta tierra, Artemis; y también al flechador Apolo. ¡Ay de mí! Soporto dolores sin cuento. Todo mi pueblo está enfermo y no existe el arma de la reflexión con la que uno se pueda defender.  Venid ahora.
·  Edipo: públicamente hablare, quienquiera de vosotros que sepa quien dio muerte a Layo que venga y me lo declare todo hasta dar con el asesino.

Parte 2

(Entra Tiresias con los enviados por Edipo. Un niño le acompaña.)
·  CORIFEO.- Pero ahí está el que lo dejará al descubierto. El único de los mortales en quien la verdad es innata.
·  EDIPO.- ¡Oh Tiresias, que todo lo manejas, lo que debe ser enseñado y lo que es secreto, los asuntos del cielo y los terrenales! Aunque no ves, comprendes, sin embargo, de qué mal es víctima nuestra ciudad. A ti te reconocemos como único defensor y salvador de ella, señor.
·  TIRESIAS.- ¡Ay, ay! Yo lo sabía bien, pero lo he olvidado, de lo contrario no hubiera venido aquí.

(Hace ademán de retirarse.)
·  EDIPO.- No te des la vuelta, ¡por los dioses!, si sabes algo, ya que te lo pedimos todos los que estamos aquí como suplicantes.
·  TIRESIAS.- Todos han perdido el juicio. Yo nunca revelaré mis desgracias, por no decir las tuyas.
·  EDIPO.- ¿Qué dices? ¿Sabiéndolo no hablarás, sino que piensas traicionarnos y destruir a la ciudad?
·  TIRESIAS.- Yo no quiero afligirme a mí mismo ni a ti. ¿Por qué me interrogas inútilmente? No te enterarás por mí.
·  EDIPO.- Pues bien, debes manifestarme incluso lo que está por llegar.
·  TIRESIAS.- No puedo hablar más. Ante esto, si quieres irrítate de la manera más violenta.
·  EDIPO.- Nada de lo que estoy advirtiendo dejaré de decir, según estoy de encolerizado.
·  TIRESIAS.- ¿De verdad? Y yo te insto a que permanezcas leal al edicto que has proclamado antes y a que no nos dirijas la palabra ni a éstos ni a mí desde el día de hoy, en la idea de que tú eres el azote impuro de esta tierra.
·  EDIPO.- ¿Qué palabras? Dilo, de nuevo, para que aprenda mejor.
·  TIRESIAS.- ¿No has escuchado antes? ¿O es que tratas de que hable?
·  EDIPO.- No como para decir que me es comprensible. Dilo de nuevo.
·  TIRESIAS.- Afirmo que tú eres el asesino del hombre acerca del cual están investigando.
·  EDIPO.- No dirás impunemente dos veces estos insultos.
·  TIRESIAS.- En ese caso, ¿digo también otras cosas para que te irrites aún más?
·  EDIPO.- Di cuanto gustes, que en vano será dicho.
·  TIRESIAS.- Afirmo que tú has estado conviviendo muy vergonzosamente, sin advertirlo, con los que te son más queridos y que no te das cuenta en qué punto de desgracia estás.
·  EDIPO.- ¿Crees tú, en verdad, que vas a seguir diciendo alegremente esto?
·  TIRESIAS.- Sí, si es que existe alguna fuerza en la verdad.
·  EDIPO.- Existe, salvo para ti. Tú no la tienes, ya que estás ciego de los oídos, de la mente y de la vista.
·  TIRESIAS.- Eres digno de lástima por echarme en cara cosas que a ti no habrá nadie que no te reproche pronto.
·  CORIFEO.- Nos parece adivinar que las palabras de éste y las tuyas, Edipo, han sido dichas a impulsos de la cólera. Pero no debemos ocuparnos en tales cosas, sino en cómo resolveremos los oráculos del dios de la mejor manera.
·  EDIPO.- ¿Es que es tolerable escuchar esto de ése? ¿No te irás de esta casa, volviendo por donde has venido?
·  TIRESIAS.- No hubiera venido yo, si tú no me hubieras llamado.
·  EDIPO.- No sabía que ibas a decir necedades. En tal caso, difícilmente te hubiera hecho venir a mi palacio.
·  Tiresias.- Yo soy tal cual te parezco, necio, pero para los padres que te engendraron era juicioso.
·  EDIPO.- ¿A quiénes? Aguarda. ¿Qué mortal me dio el ser?
·  TIRESIAS.- Este día te engendrará y te destruirá.

(Tiresias se aleja y Edipo entra en palacio.)

Parte 3

Entra Creonte
·  Creonte: Indignado vengo, ciudadanos, por la horrible calumnia que dicen me ha levantado el rey Edipo.
·  Corifeo: Tal vez fue la ira que lo arrojó a tal insulto.
Creonte: Pero ¿Con toda seriedad se me ha atribuido tan grande crimen?
·  Corifeo: No losé.
·  Edipo: ¡Eh! ¿Tú vienes acá? ¿Tan importante o tan necio me ves, que te atreves a tamaña felonía?
·  Creonte: Quiero explicarte porque estas muy equivocado con lo que dices.
·  Edipo: Si te imaginas que has de estar persiguiendo a un pariente y no lo has de pagar, estás también equivocado.
·  Creonte: Bueno, sea así, dime cuál es el daño que crees que he causado.
·  Edipo: Bien, ¿Cuánto tiempo hace que Layo…?
·  Creonte: No sé a qué te refieres…
·  Edipo: ¿que desapareció con muerte violenta?
·  Creonte: Muchos y largos años se podrían contar desde entonces.
·  Edipo: ¿No hicisteis averiguaciones a favor del finado?
·  Creonte: Las hicimos, pero nada descubrimos.
·  Edipo: Una cosa si sabes, y pues la sabes, me la dirás.
·  Creonte: ¿Cuál?
·  Edipo: No dijera ser cosa mía la muerte de Layo.
·  Creonte: Si eso dice, allá tú lo sabrás. Ahora yo quisiera preguntarte a ti.
·  Edipo: Habla, no me convencerás del asesinato.
·  Creonte: Vamos a ver, ¿estas casado con mi hermana?
·  Edipo: No se puede negar lo que preguntas.
·  Creonte: ¿No eres tú el rey consorte, con igual poder que ella?
·  Edipo: Adonde se extienden mis deseos, se extienden mis concesiones.
·  Creonte: ¿No estoy yo igualado a vosotros dos como tercer soberano?
·  Edipo: Es eso lo que te convence de amigo traidor.
·  Creonte: De ninguna manera
·  Corifeo: Prudentes reflexiones, ¡oh rey! , para quien desea no dar un mal paso.
·  Creonte: ¿Qué pretendes?  ¿Desterrarme?
·  Edipo: El destierro, no; has de morir para que el mundo vea lo que es envidia.
·  Creonte: Es que veo andas descaminado.
·  Edipo: Para lo mío, no. Es que eres un traidor.
·  Corifeo: Teneos, de muy a punto veo a la reina Yocasta salió del palacio (entra Yocasta en compañía de dos doncellas)
·  Yocasta: ¿A qué viene ese griterío? ¿No os da vergüenza de andar así enredándose en pleitos?
·  Creonte: Tu esposo, hermana mía, me está decretando uno de dos males: desterrarme de mi patria o quitarme la vida.
·  Edipo: Es verdad; porque le he sorprendido tramando un atentado contra mi vida.
·  Yocasta: ¡Válgate los dioses! Dale crédito, Edipo, ante todo por reverencia a tan sagrado juramente y respeto a mí.
·  Corifeo: ¡Oh rey! Reflexiona. Tenerle consideración a este hombre
·  Edipo: Al pedir eso, pides mi muerte o mi perpetuo destierro.
·  Creonte: Me voy. No he logrado que me conocieras, para estos soy el mismo de antes.
·  Yocasta: Quiero saber lo sucedido.
·  Corifeo: Palabras vagas, sospechas inciertas; sino que ofende aun lo que es infundado.
·  Yocasta: ¿Cuál fue la disputa?
·  Corifeo: Basta, reina, entre tantas amarguras de la ciudad, dejar la cosa donde ha quedado.
·  Yocasta: Por los dioses, dime, cuál es el motivo que te tiene tan enojado.
·  Edipo: Te lo diré, Creonte es, y lo que él a tramado contra mí.
·  Yocasta: Prosigue.
·  Edipo: Dice que soy el asesino de Layo.
·  Yocasta: ¿Lo sabía él? ¿O se lo ha oído a alguien ahora?
·  Edipo: Un canalla agorero nos ha traído acá.
·  Yocasta: Escúchame, y verás que no hay mortal que entienda palabra de vaticinios. Te daré una prueba clara, breve.
Vínole a Layo un oráculo y le decía que era su sino fatal mirar a manos de un hijo que él y yo habíamos de tener. Ya ves que Apolo no logró hacer al niño asesino de su padre, ni que el padre muriera a manos de su propio hijo. Tan certeras como esto anduvieron las profecías.
·  Edipo: Me ha dejado un desconcierto y grande turbación a mi mente al escucharte. Creo haberte oído decir que Layo murió junto a un triple crucero.
·  Yocasta: Así se dijo y aún se dice todavía.
·  Edipo: ¿Y dónde está el paraje en que todo ello sucedió?
·  Yocasta: Se llama Fócida; lugar donde confluyen el camino de Delfos y el de Daulia.
·  Edipo: ¿Cuánto tiempo ha pasado?
·  Yocasta: Un poco antes de venir a tú ser rey de este país.
·  Edipo: Dime, ¿Qué figura tenia Layo, de qué edad era más o menos?
·  Yocasta: Era alto, su fisonomía bastante parecida a la tuya.

Parte 4

Viene el mensajero trayendo la noticia de la muerte de Pólibo
·  MENSAJERO.- Buenas nuevas para tu casa y para tu esposo, mujer.
·  YOCASTA.- ¿Cuáles son? ¿De parte de quién vienes?
·  MENSAJERO.- De Corinto. Ojalá te complazca -¿cómo no?- la noticia que te daré a continuación, aunque tal vez te duelas.
·  YOCASTA.- ¿Qué es? ¿Cómo puede tener ese doble efecto?
·  MENSAJERO.- Los habitantes de la región del Istmo lo van a designar rey, según se ha dicho allí.
·  YOCASTA.- ¿Por qué? ¿No está ya el anciano Pólibo en el poder?
·  MENSAJERO.- No, ya que la muerte lo tiene en su tumba.
·  YOCASTA.- ¿Cómo dices? ¿Ha muerto el padre de Edipo?
·  MENSAJERO.- Que sea merecedor de muerte, si no digo la verdad.
·  YOCASTA.- Sirvienta, ¿no irás rápidamente a decirle esto al amo? ¡Oh oráculos de los dioses! ¿Dónde están? Edipo huyó hace tiempo por el temor de matar a este hombre y, ahora, él ha muerto por el azar y no a manos de aquél.

(Sale Edipo de palacio.)
·  EDIPO.- ¡Oh Yocasta, muy querida mujer! ¿Por qué me has mandado venir aquí desde palacio?
·  YOCASTA.- Escucha a este hombre y observa, al oírle, en qué han quedado los respetables oráculos del dios.
·  EDIPO.- ¿Quién es éste y qué me tiene que comunicar?
·  YOCASTA.- Viene de Corinto para anunciar que tu padre, Pólibo, no está ya vivo, sino que ha muerto.
·  EDIPO.- ¿Qué dices, extranjero? Anúnciamelo tú mismo.
·  MENSAJERO.- Si es preciso que yo te lo anuncie claramente en primer lugar, entérate bien de que aquél ha muerto.
·  EDIPO.- A causa de enfermedad murió el desdichado, a lo que parece.
·  MENSAJERO.- Por esto he venido sobre todo, para que en algo obtenga un beneficio cuando tú regreses a palacio.
·  EDIPO.- Pero jamás iré con los que me engendraron.
·  MENSAJERO.- ¡Oh hijo, es bien evidente que no sabes lo que haces!...
·  EDIPO.- ¿Cómo, oh anciano? Acláramelo, por los dioses.
·  MENSAJERO.-... ¡si por esta causa rehúyes volver a casa! ¿Es que temes cometer una infamia para con tus progenitores?
·  EDIPO.- Eso mismo, anciano. Ello me asusta constantemente.
·  MENSAJERO.- ¿No sabes que, con razón, nada debes temer?
·  EDIPO.- ¿Cómo no, si soy hijo de esos padres?
·  MENSAJERO.- Porque Pólibo nada tenía que ver con tu linaje.
·  EDIPO.- ¿Cómo dices? ¿Que no me engendró Pólibo? Entonces, ¿en virtud de qué me llamaba hijo?
·  MENSAJERO.- Por haberte recibido como un regalo -entérate- de mis manos.
·  EDIPO.- Y ¿a pesar de haberme recibido así de otras manos, logró amarme tanto?
·  MENSAJERO.- La falta hasta entonces de hijos lo persuadió del todo.
·  Edipo.- Y tú, ¿me habías comprado o encontrado cuando me entregaste a él?
·  MENSAJERO.- Te encontré en los desfiladeros selvosos del Citerón.
·  EDIPO.- ¿Y de qué mal estaba aquejado cuando me tomaste en tus manos?
·  MENSAJERO.- Las articulaciones de tus pies te lo pueden testimoniar.
·  EDIPO.- ¡Ay de mí! ¿A qué antigua desgracia te refieres con esto?
·  MENSAJERO.- Yo te desaté, pues tenías perforados los tobillos.
·  EDIPO.- ¡Oh, por los dioses! ¿De parte de mi madre o de mi padre lo recibí? Dímelo.
·  MENSAJERO.- No lo sé. El que te entregó a mí conoce esto mejor que yo.
·  EDIPO.- ¿Quién es? ¿Sabes darme su nombre?
·  MENSAJERO.- Por lo visto era conocido como uno de los servidores de Layo.
·  EDIPO.- ¿Del rey que hubo, en otro tiempo, en esta tierra?
·  MENSAJERO.- Sí, de ese hombre era él pastor.
·  EDIPO.- Mujer, ¿conoces a aquel que hace poco deseábamos que se presentara? ¿Es a él a quien éste se refiere?
·  YOCASTA.- ¿Y qué nos va lo que dijo acerca de un cualquiera? No hagas ningún caso
·  EDIPO.- Sería imposible que con tales indicios no descubriera yo mi origen.
·  YOCASTA.- ¡No, por los dioses! Si en algo te preocupa tu propia vida, no lo investigues. Es bastante que yo esté angustiada.

(Yocasta, visiblemente alterada, entra al palacio.)
(Entra el anciano pastor acompañado de dos esclavos.)
·  EDIPO.- A ti te pregunto en primer lugar, al extranjero corintio: ¿es de ése de quien hablabas?
·  MENSAJERO.- De éste que contemplas.
·  EDIPO.- Eh, tú, anciano, acércate y, mirándome, contesta a cuanto te pregunte. ¿Perteneciste, al servicio de Layo?
·  SERVIDOR.- Sí,
·  EDIPO.- Al que está aquí presente. ¿Tuviste relación con él alguna vez?
·  SERVIDOR.- No como para poder responder rápidamente de memoria.
·  MENSAJERO.-, ¿recuerdas que entonces me diste un niño para que yo lo criara como un retoño mío?
·  SERVIDOR.- ¿Qué ocurre? ¿Por qué te informas de esta cuestión?
·  MENSAJERO.- Éste es, querido amigo, el que entonces era un niño.
·  EDIPO.- ¿Le entregaste al niño por el que pregunta?
·  SERVIDOR.- Lo hice y ¡ojalá hubiera muerto ese día!
·  EDIPO.- ¿De dónde lo habías tomado? ¿Era de tu familia o de algún otro?
·  SERVIDOR.- Mío no. Lo recibí de uno.
·  EDIPO.- ¿De cuál de estos ciudadanos y de qué casa?
·  SERVIDOR.- ¡No, por los dioses, no me preguntes más, mi señor!
·  EDIPO.- Estás muerto, si te lo tengo que preguntar de nuevo.
·  SERVIDOR.- Pues bien, era uno de los vástagos de la casa de Layo.
·  EDIPO.- ¿Un esclavo, o uno que pertenecía a su linaje?
·  Servidor.- Era tenido por hijo de aquél. Pero la que está dentro, tu mujer, es la que mejor podría decir cómo fue.
·  EDIPO.- ¿Ella te lo entregó?
·  SERVIDOR.- Sí, en efecto, señor.
·  EDIPO.- ¿Con qué fin?
·  SERVIDOR.- Para que lo matara.
·  EDIPO.- ¿Habiéndolo engendrado ella, desdichada?
·  SERVIDOR.- Por temor a funestos oráculos.
·  EDIPO.- ¿A cuáles?
·  SERVIDOR - Se decía que él mataría a sus padres.
·  EDIPO.- ¡Ay, ay! Todo se cumple con certeza. ¡Oh luz del día, que te vea ahora por última vez! ¡Yo que he resultado nacido de los que no debía, teniendo relaciones con los que no podía y habiendo dado muerte a quienes no tenía que hacerlo!
·  CORIFEO.- Los hechos que conocíamos son ya muy lamentables. Además de aquéllos, ¿qué anuncias?
·  MENSAJERO.- Las palabras más rápidas de decir y de entender: ha muerto la divina Yocasta.
·  CORIFEO.- ¡Oh desventurada! ¿Por qué causa?
·  MENSAJERO.- Ella, por sí misma. De lo ocurrido falta lo más doloroso, al no ser posible su contemplación. Cuando, dejándose llevar por la pasión atravesó el vestíbulo, se lanzó hacia la cámara nupcial mesándose los cabellos con ambas manos. Una vez que entró, echando por dentro los cerrojos de las puertas, llama a Layo, muerto ya desde hace tiempo. Deploraba el lecho donde, desdichada, había engendrado una doble descendencia: un esposo de un esposo y unos hijos de hijos.Y, después de esto, ya no sé cómo murió; pues Edipo, dando gritos, se precipitó y, por él, no nos fue posible contemplar hasta el final el infortunio de aquélla; Cuando él la ve, el infeliz, lanzando un espantoso alarido, afloja el nudo corredizo que la sostenía. Una vez que estuvo tendida, la infortunada, en tierra, arrancó los dorados broches de su vestido con los que se adornaba y, alzándolos, se golpeó con ellos las cuencas de los ojos
·  EDIPO.- ¡Ah, ah, desgraciado de mí! ¿A qué tierra seré arrastrado, infeliz? ¿Adónde se me irá volando, en un arrebato, mi voz? ¡Ay, destino! ¿Adónde te has marchado?
·  CORIFEO.- A un desastre terrible que ni puede escucharse ni contemplarse.
·  EDIPO.- ¿Qué es, pues, para mí digno de ver o de amar, o qué saludo es posible ya oír con agrado, amigos? Sáquenme fuera del país cuanto antes, saquen, oh amigos, al que es funesto en gran medida, al maldito sobre todas las cosas, al más odiado de los mortales incluso para los dioses.
·  CORO.- Incluso para mí hubiera sido mejor.
·  EDIPO.- No hubiera llegado a ser asesino de mi padre, ni me habrían llamado los mortales esposo de la que nací.

(Entra Creonte.)
·  CREONTE.- No he venido a burlarme, Edipo, ni a echarte en cara ninguno de los ultrajes de antes.
·  EDIPO.- ¡Por los dioses!, óyeme, pues a ti te interesa, que no a mí, lo que voy a decir.
·  CREONTE.- ¿Y qué necesitas obtener para suplicármelo así?
·  EDIPO.- Arrójame enseguida de esta tierra, donde no pueda ser abordado por ninguno de los mortales.
·  CREONTE.- Hubiera hecho esto, sábelo bien, si no deseara, lo primero de todo, aprender del dios qué hay que hacer.
·  Edipo: ¿No estoy oyendo llorar a mis dos queridas hijas? ¿No será que Creonte por compasión ha hecho venir lo que me es más querido, mis dos hijas? ¿Tengo razón?

(Entran Antígona e Ismene conducidas por un siervo.)
·  CREONTE.- La tienes. Yo soy quien lo ha ordenado, porque imaginé la satisfacción que ahora sientes, que desde hace rato te obsesionaba.
·  EDIPO.- ¡Ojalá seas feliz y que, por esta acción, consigas una divinidad que te proteja mejor que a mí! ¡Oh hijas! ¿Dónde están? Vengan aquí, acérquense a estas fraternas manos mías que les han proporcionado ver de esta manera los ojos, antes luminosos, del padre que las engendró. Lloro por ustedes dos.
·  CREONTE.- Basta ya de gemir.
·  EDIPO.- ¿Sabes bajo qué condiciones me iré?
·  CREONTE.- Me lo dirás y, al oírlas, me enteraré.
·  EDIPO.- Que me envíes desterrado del país.
·  CREONTE.- Me pides un don que incumbe a la divinidad.
·  EDIPO.- Sácame ahora ya de aquí.
·  CREONTE.- Márchate y suelta a tus hijas.

 (Entran todos en palacio.)
·  CORIFEO.- ¡Oh habitantes de mi patria, Tebas, miren: he aquí a Edipo, el que solucionó los famosos enigmas y fue hombre poderosísimo; aquel al que los ciudadanos miraban con envidia por su destino! ¡En qué cúmulo de terribles desgracias ha venido a parar! De modo que ningún mortal puede considerar a nadie feliz con la mira puesta en el último día, hasta que llegue al término de su vida sin haber sufrido nada doloroso.
(Salen todos)